¿Por qué un hombre ambicioso es considerado un hombre enérgico y con metas mientras que una mujer ambiciosa es considerada trepadora e interesada con motivos ocultos? ¿Por qué en el pensamiento colectivo una mujer que tiene éxito debe haber hecho favores sexuales a otros hombres para llegar a donde está ahora, mientras que un hombre tiene éxito solo

gracias a sus fuerzas, capacidades y a su prestigio? ¿Y por qué un hombre “con un pasado” debe enorgullecerse de ello a pesar de ser cuestionable, mientras que una mujer debe avergonzarse  y esconderlo para no ser objetada?

El marco normativo español establece como violencia de género la ”agresión física, sexual o psicológica hacia una mujer por parte de un varón con el que tenga o haya tenido un vinculo afectivo”.

La violencia de género, sin embargo, no se detiene en esto y tiene orígenes mucho más complejos y arraigados dentro de nuestra sociedad. De hecho, el lenguaje no sólo refleja sino también transmite y refuerza estereotipos y roles históricamente considerados adecuados para mujeres y hombres en una sociedad.

Podemos ver, entonces como la ideología patriarcal es intrínseca, en efecto en las mentes de las mismas mujeres a través de la educación, de la religión y de la familia que se aseguran que ellas internalizan un sentido de inferioridad a los hombres y, por lo tanto cualquier mujer que intente desafiar su posición de subordinación será coaccionada e intimidada para que cumpla con  el papel femenino que se  espera de ella.

El patriarcado, por lo tanto es responsable de construir un sistema social que atribuya un estatus sexual, un papel y un temperamento particular para cada género, asegurando asi la jerarquía de sexo/género.

Se resuelve así que rasgos “masculinos” se atribuyen a los roles sociales dominantes, mientras que lo que es “femenino” se asocia con la idea de sumisión y dependencia.

Todo  se demuestra con las numerosas palabras que de  masculino a  femenino cambian completamente de significado, aludiendo a una  natural deslealtad de la mujer: es el caso, por ejemplo, de la palabra zorro que al masculino significa hombre astuto, espadachín justiciero, mientras que al femenino designa una mujer fácil; del mismo modo un perro es el mejor amigo del hombre, mientras que una perra representa una mujer malintencionada; todavía, un hombre público es un personaje prominente mientras que una mujer pública es simplemente vista como una prostituta y podríamos continuar la lista infinitamente.

Aún más este problema no es simplemente del español. De hecho lo mismo sucede en  otros idiomas, por ejemplo en italiano podemos ver cómo un “uomo di strada” sea un hombre del pueblo, mientras que una “donna di strada” una prostituta; asimismo  un “uomo disponibile” es un hombre amable, cariñoso mientras que una “donna disponibile” es una mujer fácil.

Cerda, coneja, perra, gata en celo, cotorra, zorra, urraca, víbora: las palabras son el instrumento más fuerte que tenemos y es a través de ellas que nos educamos desde niños.

En consecuencia, hasta que sigamos dirigiéndonos a las mujeres con estas palabras que esconden alusiones a la condición de inferioridad de la mujer y a su condición de  “esclava” y de  objeto de deseo, entonces el progreso y la igualdad aún están lejos.